La escasez de agua en nuestras cuencas es un duro golpe que debemos sortear todos los años ininterrumpidamente desde hace una década. Quienes estamos más conectados con los regantes y los usuarios de los ríos conocemos los impactos de manera más directa y sabemos que aunque es difícil, se requiere enfrentar el problema con liderazgo. Sobre todo porque existe la creencia popular de que los usos intensivos de la minería y la agricultura son los únicos responsables, como si el consumo de la ciudad no tuviera un impacto mayor.
Sin embargo, en cuencas sobrepobladas como la del Maipo, que abastece un cuarto de la población del país, la ciudad llega a consumir hasta el 80% de sus caudales en épocas de extrema sequía, como la que hemos vivido. Mientras la hidrología ha caído un 25%, la población aumentó un 46% en los últimos 20 años. Somos 8,5 millones de personas, con un crecimiento exponencial del consumo.
Por ello necesitamos desincentivar la libre demanda actual en sectores de alto consumo de agua, porque los caudales no dan abasto. Una forma posible que no requiere gran inversión es un cambio al modelo tarifario de agua potable, con un sistema social progresivo que cobre por bloques, y no por unidad. Así pagarían más quienes más consumen, y menos los que usen el agua con moderación.
Porque el actual sistema de cobro volumétrico lineal, si bien es útil para los consumidores al tener un mayor control sobre su factura, no fomenta el uso sustentable del agua y nos encontramos frecuentemente con aguas que se derrochan.
Aquí el primer tramo, que cubriría el derecho humano al agua, sería de bajo valor, en tanto que los siguientes bloques serían progresivamente más caros, de manera que el último metro cúbico consumido sea sustancialmente más oneroso que el primero. Esto puede dar origen a un sistema de subsidios cruzados, para financiar el consumo de las personas con menos recursos.
Con este cambio necesario daríamos un respiro a nuestra cuenca, priorizando el consumo humano del agua sin amparar usos suntuarios, y además aliviaríamos el impacto que significa para la agricultura, quienes han debido soportar la libre demanda de la ciudad, cediendo un alto porcentaje de sus caudales, con particular daño a los pequeños agricultores que son los que producen alimentos para el consumo interno.
Llamamos a la autoridad a asumir este desafío en forma urgente, puesto que una temporada más como la vivida en el verano pasado sería catastrófica para nuestra agricultura.